Mi Calefón Universal

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Oh! te veneramos Gran Calefón

jueves, 11 de junio de 2009

Una botella de Ginebra


Escribir un cuento que incluya la descripción (se la puede adaptar, cortar, corregir), los materiales recolectados y los siguientes elementos:
1 robo, 1 espejo roto, 1 amenaza, 1 botella de ginebra, 1 pañuelo ensangrentado, 1 perro negro, 1 noche de insomnio.


Mi nombre es Leandro. Tengo serios problemas para recordar las cosas que me ocurren. Solo recuerdo lo que me sucedió una noche hace ya algún tiempo atrás. Les voy a contar...

Me revolvía en la cama como de costumbre sin poder dormir, eran las 2 de la mañana. Mi libro de cabecera, la "Zona Muerta" de Stephen King, yacía como siempre en mi mesita de luz. Leí unas páginas para ver si recuperaba el sueño. Pero no podría, era otra de mis noches de insomnio y para colmo estaba resfriado. Corrí las sábanas, hacia mucho frío. Me senté en la cama y me puse a escuchar. La noche estaba en silencio. Solo se escuchaba la respiración dificultosa que salía de mi nariz y el llamador hecho con piedras de amatista que había comprado en Misiones el invierno pasado. Y a lo lejos se escuchaba como el perro negro de mi vecino aullaba incansablemente. Como dicen las abuelas, si un perro aúlla es porque alguien se va a morir. Pero este perro siempre aullaba.
Me incorporé y sentí como se me erizaban los pelos de las piernas. Estornudé. Me dirigí al baño, me lavé la cara con agua tibia y me miré al espejo. Yo siempre me veía igual, pálido, flaco y con los ojos oscuros como si no tuviera alma. Y el espejo siempre era el mismo, con aquella esquina rota desde aquel día en que tropecé frente al lavatorio y me golpee la cabeza contra él. Que borracho que estaba esa noche. Mi amiga, la ginebra, me ponía muy mal. Por suerte ya casi no tomaba. Me costó mucho dejar el alcohol. Pero eso es otra historia.
Fui a la cocina, abrí el cajón de los cubiertos, saqué un encendedor y fui a buscar mis Luckys al living. Por desgracia para mí, el paquete de cigarrillos estaba vacío. Volví a mi habitación. Me puse un jean y las primeras zapatillas que encontré. Guardé el encendedor en un bolsillo. Tomé mi billetera y ansioso abrí la puerta de casa. El pasillo, desde la puerta de mi departamento hasta el ascensor, estaba helado.
Como ya les dije, hacía mucho frío esa noche. Mi aliento parecía congelarse en el aire. Tomé el ascensor. Llegué a la planta baja. Me crucé con un vecino, que no se si por la hora o por mi apariencia, no me saludo. Abrí la puerta de calle. Y fue ahí, en ese momento cuando escuché un grito. Miré entre las sombras, entre la oscuridad. En la cuadra de enfrente vi una silueta de un hombre que amenazaba a una mujer. Seguramente con la intención de robarle. Grité para ver si lograba asustar al supuesto ladrón pero no pasó nada. La mujer volvió a gritar y se escuchó un disparo. La sombra masculina salió corriendo y desapareció en la esquina más próxima. El disparo resonó muy fuerte en el silencio de aquella noche. Me causó un estremecimiento tal que me sentí mareado por un momento. Cuando me recuperé de esa conmoción crucé rápidamente la calle y vi a la mujer tirada en el piso. Me acerqué a ella. La revisé. Tomé de unas de sus manos un pañuelo ensangrentado. Estaba muerta.
Cruce de nuevo la calle corriendo. Entré a mi casa y llamé al 911. Nadie me contestaba. Cuando por fin una mujer del otro lado dijo:
- buenas noches
Y yo contesté...
- buenas noches
Pero ella no me escuchó. Repetí varias veces lo que estaba pasando pero del otro lado solo escuchaba:
- 911 buenas noches, 911 buenas noches, hola, ¿hay alguien del otro lado? Si es una emergencia, una ambulancia esta saliendo para allá señor o señora, por favor siga en línea. No me corte por favor.
Dejé el teléfono a un costado y fui al baño, no me sentía nada bien. Abrí el botiquín. Y para mi sorpresa ahí estaba ella, mi gran amiga, mi botella de Ginebra. Como siempre para ayudarme en momentos de desesperación. Tomaré solo un trago, me dije. Pero al rato ya estaba borracho como siempre.
A lo lejos escuché una sirena de una ambulancia.
- Ya verían el cuerpo de la mujer y todo se solucionaría, me dije a mí mismo.
Estornudé. Con las pocas fuerzas que tenía volví a mi cama, me tapé y me dispuse a dormir. El calor de la ginebra había despertado mi sueño. Ya no podía mantener mis ojos abiertos. Los cerré. Y eso es lo último que recuerdo.


Nota: La ambulancia llegó junto con un patrullero de la comisaria más cercana. Vieron el cuerpo de la mujer que yacía en el suelo. Gracias al hombre había dejado la bocina del teléfono descolgada la policía pudo obtener la dirección exacta. Se dirigieron hacia la casa, golpearon pero nadie contestó. Tiraron abajo la puerta y buscaron a la persona que había llamado por teléfono. No había nadie. Hasta que un policía descubrió bajo las sábanas a un hombre de unos 30 años, pálido, flaco y con los ojos oscuros como si no tuviera alma que yacía muerto desde hace unos días en su cama con un trozo de espejo clavado en la frente. Estaba abrazado a un libro titulado "La Zona Muerta", del famoso escritor de novelas de terror, Stephen King. Dentro del libro encontraron un pañuelo ensangrentado. La policía nunca supo como llegó ahí. Pero a los pocos días lograron arrestar al ladrón que cometió el crimen. Lo encontraron en un callejón borracho, con una botella de Ginebra en una mano.

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